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Cartel de la película estrenada en Cannes en 1992

Don Quijote y Sancho Panza llegaron a un lugar de hasta mil vecinos, que era de los mejores que el duque tenía, en plena celebración del santo patrón de la localidad. El vino corría generoso, y las risas, y las palabras a gritos y la música que competía con ellas. Los acogieron con alegría desbocada y se mofaron de la extraña pareja, llevando su crueldad hasta el extremo de escenificar una parodia improvisada en la que invistieron alcalde al fiel escudero de Don Alonso. El caso es que la ceremonia estuvo tan bien representada, con su correspondiente notario, que redactó el acta con los anteojos ladeados y la mirada turbia, que al día siguiente se mostró tal cual era: perfectamente legal. Costó darle la vuelta al asunto lo que cuesta anular un matrimonio. Mientras tanto, ante la estupefacción general, ¡Sancho lo hizo admirablemente bien!

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