La moto es una Guzzi V85 TT que me dejaron probar hace un par de meses. Es un poco tosca y tiene un aire vintage, como yo, a veces es incluso antigua (glups!), como cuando la pones en marcha y se estremece como las BMW’s de hace quince o veinte años, con las que comparte el motor boxer, pero tiene una personalidad que me cautivó. Es equilibrada, aplomada, fiable, parece experimentada y no le sobran los caballos, pero tampoco le faltan. Siempre he dicho que la moto es una perfecta metáfora de la vida: el origen y el destino son irrelevantes, lo único que importa es lo que pasa por ahí en medio; en este tramo la carretera hace bajada y yo hace años que estoy de bajada. Después de una ligera curva de derechas hay un ángulo de izquierdas que conviene trazar bien, porque puede ser el último, y al fondo está la inmensidad inabarcable del mar.

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